El futuro inminente. Notas para una ciudad esperanzada.
Alfonso Raposo M.
Un breve acto de reconocimiento de algunos hechos que signan este instante. No se requiere poner mucha atención en el presente“con su pasado próximo y su futuro inminente”, para percibir que nos encontramos, aquí en nuestro país, viviendo tiempos esperanzados: el término de un período gubernamental, el desenvolvimiento de un proceso electoral con la expectativa de un nuevo gobierno de orientación política diferente y hasta la posibilidad anhelada de una nueva constitución capaz de regenerar el espíritu republicano.
No obstante la relevante expresión de estos procesos a través de los medios de comunicación y su profusa expresión en el espacio público, no es claro que los resultados eleccionarios, cualquiera sean ellos, vayan a constituir el origen de un acontecimiento de grandes efectos transformadores. Posiblemente el nuevo gobierno, cualquiera que este sea, no represente más que un eslabón de otro acontecimiento que se ha estado constituyendo, a escala societal, desde hace ya varias décadas, frente a nuestros ojos. Posiblemente, se trate hoy, nada más y nada menos, que de una instancia de reacomodo de unos poderes fácticos ya maduros, pletóricos de riqueza y biopoder, ya distantes de la ciudadanía llana y sus contingencias electorales, posicionados determinantemente en el control de lo local y poseedores de meta-comandos globalizadores que circundan la gubernamentalidad de la nación.
Pero frente a ésta visión de veta estructuralista, prevalece en nuestra cotidianeidad urbana la expectativa animosa de un inicio con grandes potenciales polivalentes de cambio transformador, que habrá de gravitar sobre los actuales agenciamientos institucionales, transformándolos, permitiendo así re-encausamientos del devenir societal que hasta ahora circunscriben nuestras vidas, hacia condiciones de mayor equidad y desarrollo humano.
No es la primera vez que tales sentimientos presiden nuestro transcurrir cotidiano. Inevitablemente, para quienes hemos alcanzado prolongada visión retrospectiva, volverá a nuestra mente el recuerdo de las promesas de una revolución en libertad que tuvo su breve primavera hace ya casi medio siglo. Emprendíamos entonces la ruta hacia la consecución de una sociedad más ciudadana, más justa e igualitaria, más próspera y más dueña de su destino, e insistíamos con más vehemencia y radicalidad seis años después.
Por entonces surgió con una intensidad nunca experimentada antes en la vida nacional una de las preguntas que nos ha interesado vivamente desde entonces, una pregunta orgánica: ¿Cómo queremos que sean las ciudades en que vivimos? Hubo una respuesta orgánica: se creó un poderoso agenciamiento institucional presidido por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Se establecieron políticas nacionales de urbanización, de desarrollo urbano y de vivienda social y se plasmaron formas sociales de producción arquitectónica de la ciudad.
Creo que muchos nos preguntamos entonces por el desarrollo de la contextura urbano-metropolitana de la capitalidad santiaguina y por la redefinición de rutas de consecución de las metas del Plan Regulador Intercomunal de Santiago y por las imágenes-objetivo en materia de configuraciones edilicias.
¿Tiene sentido, en el marco de las expectativas de hoy volver a plantearse esta pregunta? Por lo pronto, el sólo pretender enunciarla suena extraño y ciertamente ingenuo. En estos días residuales, al término de la gestión del actual el gobierno, se ha dictado un cuerpo de ideas anunciadas como una “política nacional de desarrollo urbano”: enunciaciones de lo que no ha sido en los últimos cuarenta años, con fuerte insistencia en lo que ha sido. Paralelamente se aprueban modificaciones del Plan Intercomunal de Santiago, con poder determinante de su crecimiento futuro, por la cuales se añaden 10.000 hectáreas de extensión al área regulada.
Para que la pregunta por la ciudad que queremos alcance plausibilidad tendríamos que empezar a entender lo que le pasó a la ciudad en estos 50 años. Necesitaremos recomprenderla con una instrumentalidad conceptual renovada que nos permita tratar con las complejidades que actualmente constituyen la dinámica de su accionar.
En ésta edición N°26 de DU & P, hemos podido reunir un conjunto de textos que nos dan ágiles atisbos conceptuales de cómo enfrentar estas tareas de re-comprensión de la condición urbano-metropolitana. Paralelamente nos proponen indicios que debiésemos examinar, para re-pensar la vida urbana proyectada en distintas rutas hacia un futuro mejor.
Los artículos pueden leerse en cualquier orden, pero recomendaría comenzar por la fina revisión que realiza el Dr. ©Jorge Vergara Vidal, sobre los recursos conceptuales con que se inició una de las escuelas de pensamiento más influyentes en el marco de los estudios de ciudad. Creo que la atención que dedica al concepto de “ecologías inestables” es un aporte que permite vincular la comprensión de la vida urbana con otros órdenes de percepciones que surgen desde la sensibilidad actual. Creo que conviene aquí mostrar esas vinculaciones
Propongo considerar para ello dos textos y sus imágenes. El primero es el que nos propone el Dr. Patricio Rodríguez-Plaza: un recorrido de búsquedas y hallazgos en la “topografía cultural y animal” de Santiago. Su visión, dirigida desde una mirada de sesgo estético-cultural, se orienta hacia la red de conexiones entre los hechos, personas y cosas de mundo y logra perfilar la complejidad y heterogeneidad del entretejimiento de lo diverso. Creo, que en esta orientación a lo diverso la visión de Rodríguez-Plaza puede enlazarse con la perspectiva de las “ecologías inestables” que nos indica Jorge Vergara. Parte significativa de la “santiaguineidad” de Santiago podría ser develada mediante esta conjugación.
El segundo es el que nos propone el Dr. Mario Sobarzo Morales. Su texto y sus imágenes nos sitúan también en el ámbito de las “ecologías inestables” aunque en este caso hay lugares situados en el contexto topográfico urbano de las persistencias recurrentes. Aquí la inestabilidad se constituye como demencia divina, en ruta hacia lo difuso, hacia lo otro, hacia el afuera.
Otra secuencia sería partir por la ágil presentación del panorama conceptual con que los analistas están dando cuenta, actualmente, de la compleja transformación que está experimentando el área metropolitana santiaguina. El Arquitecto Profesor Diego Asenjo-Muñoz reúne con presteza los principales elementos teoréticos que relacionan el acontecimiento metropolitano con el fenómeno globalizador, al par que propone categorías de ingreso a la percepción de lo que ocurre al interior del accionar de la aglomeración
Santiaguina. Aquí la secuenciación de la ruta de la basura podría llegar a enlazarse con los lugares de la demencia divina de que nos habla el profesor Sobarzo.
Creo que la visión del Profesor Asenjo-Muñoz podría ser otro punto de partida. En este caso sugiero conjugar el panorama que nos ofrece, con la lectura del texto del Arquitecto Dr. © Enrique Naranjo. Creo que puede haber un buen ensamble. Su visión se dirige al reconocimiento de fragmentos constituyentes del cuerpo urbano metropolitano, procurando advertir en la arquitectura de la ciudad su articulación histórica.
Un buen complemento de lo anterior es la visión de las huellas industriales del Santiago metropolitano del siglo XX que nos propone la Arquitecta Dra. © Virginia Arnet Callealta. Su óptica, de carácter focal, surge de conjugaciones comparativas y se centrada en el potencial patrimonial que la arquitectura industrial puede desplegar y aportar al desarrollo urbano metropolitano del siglo XXI.
He dejado para el final un texto prospectivo del futuro vial metropolitano. La propuesta del Arquitecto Dr. Vladimir Pereda Feliú, esta argumentada para arribar a imágenes de la imaginación en un accionar imaginativo. Desde ellas se accede a las significaciones de su proposición: una arquitectónica de las infraestructuras viales. Considero que la fantasía figurativa desplegada entre la deseabilidad y la factibilidad,colinda en este caso con un poder predictivo de los requerimientos que puede llegar a originar la demanda de movilidad metropolitana.